domingo, 6 de mayo de 2018

"Roman J. Israel, Esq": Idealismo de ida y vuelta

Nada se puede reprochar a las personas que tienen la fe en el cambio a mejor del mundo en el que viven, y luchan por ello. Otra cosa es que se estampen contra una pared como el inmortal Don Quijote lo hacía con los molinos de viento que creía gigantes a los que debía derrotar. Quitando el elemento de la locura, hay muchos hombres y mujeres como el personaje que creó Miguel de Cervantes, que, inasequibles al desaliento, siguen luchando por un mundo justo. Lo que ocurre es que estas personas, no siempre salen igual de bien perfiladas. Es lo que un servidor considera que le ocurre al protagonista de Roman J. Israel, Esq al que interpreta con la solvencia acostumbrada Denzel Washington.

El segundo filme como director de Dan Gilroy tras la notable Nightcrawler (2014)  que él también escribió así como El legado de Bourne (2015) junto a su hermano Tony, tiene un problema de base: la credibilidad del personaje protagonista. Ya en la primera escena, en la redacción de un escrito que adelanta lo que pasará después, se muestra lo que el abogado al que Washington da vida pretende hacer, algo fuera de toda norma, aunque se hable de justicia aplicada y cargo de conciencia.

Se puede comprender la idea precisamente del idealismo del personaje, pero los acontecimientos de la mitad de la película hacia el final hacen que todas esas buenas intenciones iniciales entren en un gran cuestionamiento que roza la contradicción, al margen del recurso fácil de mostrar al protagonista con un peinado a lo afro para transmitir la impresión de que "vive" en otra época en la que se quedó anclado, de ahí el choque con muchas de las personas que conoce. Pero es que, si además, el cambio de actitudes se refleja en el cambio del corte de pelo ya se puede hablar de algo como de juego de niños que, un servidor reitera, no chocaría si las acciones del personaje fuesen más creíbles.

A nivel interpretativo no se le puede reprochar nada a Denzel Washington, al que un servidor le recordó al abogado que interpretó magistralmente en Philadephia (Jonathan Demme, 1993), en las antípodas del que centra esta crítica. El protagonista de títulos como Huracán Carter, (Norman Jewison, 1999), Día de entrenamiento (Antoine Fuqua, 2001) o Fences (2016), que él mismo dirigió, se sabe echar a las espaldas el peso de la historia, la calidad de la misma o las características del personaje son otro cantar. Con todo, la nominación al Oscar que ha tenido este año por este papel es, a ojos de un servidor, excesiva, porque cumple correctamente sin más, con oficio.

Por su parte, Colin Farrell, quien últimamente viene demostrando su interés en hacer personajes diferentes y arriesgados como demuestran sus dos colaboraciones con Yorgos Lanthimos: Langosta (2015) y, sobre todo, El sacrificio de un ciervo sagrado (2017) o el reto de interpretar en La seducción (Sofia Coppola, 2017) al personaje que Clint Eastwood hizo en el filme de Don Siegel (del que, por cierto, Farrell sale perdiendo por goleada). En Roman J. Israel, Esq Farrell da vida a un antagonista de buena presencia exterior y que gira para bien a lo largo de la historia, sorprendiendo, porque uno lo ve y cree que se va a dedicar a fastidiar al personaje de Washington y no es así. Demuestra ser un idealista también pero más moderado. 

Otro aspecto reseñable de este filme es la manera en que está rodado, dando la impresión de que Gilroy ha querido hacer una película de abogados, que los americanos hacen muy bien, por cierto, pero formalmente hay escenas y planos poco habituales en este tipo de películas, con un uso de la fotografía de Robert Elswit que contribuye a esa sensación de novedad formal que no compensa, sin embargo, una historia con unos mimbres poco sólidos y a la que se le ven los costurones, y con eso, "el traje" no puede quedar nunca perfecto. Una pena, por su buen arranque.

1 comentario:

  1. Muy, muy de acuerdo, Ale, acabo de publicar mi crítica y creo que vamos en la misma dirección. Excelente, como siempre, en tu planteamiento, documentación y elegante estilo. Un abrazo.

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