miércoles, 23 de mayo de 2018

"Hannah": Salto al vacío

Con los tiempos que corren hacer ciertos tipos de películas supone un gran riesgo, ya que hay directores que adoptan de una manera más radical si cabe algunas de las características del denominado cine de autor. El cineasta italiano Andrea Pallaoro da fe de lo expuesto con su segundo largometraje, Hannah, tras debutar con Medeas (2013).

Hannah es una película que no rehuye en ningún momento la intención de que el espectador sea parte contemplativa y, sobre todo, activa, del día a día de una mujer a la que da vida una espléndida Charlotte Rampling, a la que se ha podido ver en los últimos meses en títulos como El sentido de un final (Ritesh Batra, 2017) o Gorrión Rojo de Francis Lawrence

La eterna protagonista de títulos como Portero de noche (Liliana Cavani, 1974), Veredicto final (Sidney Lumet, 1982) o Swimming Pool (François Ozon, 2003) se deja guiar por Pallaoro de una manera casi a ciegas, atreviéndose y rompiendo barreras invisibles.

La cotidianidad de una mujer madura que se desinfla cuando su marido es encarcelado está mostrada de una manera austera, con una cadencia, que en los primeros veinte minutos puede llegar a exasperar pero, sin que el espectador se dé cuenta, entra en el juego o puzzle propuesto por Pallaoro, y va conociendo más datos de la historia que se da cronológicamente pero incompleta, por ello el público se ve obligado a rellenar los agujeros puestos de manera intencionada y lo debe hacer con su imaginación de principio a fin, porque lo que falta no tiene por qué ser a), también puede ser b) o c).

Lo que sí está claro es que Pallaoro pone como eje fundamental al personaje de Rampling cuyo físico movimientos y miradas con esos ojos irrepetibles se ponen al servicio de una historia nada convencional pero cuya absoluta entrega interpretativa le hizo merecedora de la Copa Volpi en el Festival de Venecia.

El hecho de que Hannah no sea una película al uso a nivel narrativo puede echar para atrás a unos pero embelesar a otros, acostumbrados como estamos a que nos den todo mascado. Sin embargo, el contar con una actriz como Rampling ya es una razón para quedarse a ver la película, porque cosas como una mirada de desamparo, un llanto desesperado o simplemente el ver cómo cuelga la ropa diaria en una percha son actos que, al ser ella la que los hace ya es un plus, por lo tanto se confirma que la elección de una actriz puede determinar el rumbo de un filme, como un servidor ha mencionado antes, fuera de lo convencional.

Hay una escena de una ballena varada en una playa que a un servidor recuerda al del ser marino que hallan en La dolce vita (Federico Fellini, 1960), una metáfora de una vida truncada y que los protagonistas de ambos filmes toman como ejemplo. Rampling, en su caso, su mirada a la ballena expresa cono una especie de conexión con ella y decide seguir aunque las cartas vengan mal dadas. 

1 comentario:

  1. Excelente crítica, Ale, como siempre das en el meollo de la cuestión, en esta película que requiere, como bien dices, del compromiso activo del espectador. Si se entra en el juego que plantea Pallaoro, el disfrute está asegurado (además de la comedura de coco, jejeje), pero si no, aún así se puede disfrutar de la espléndida interpretación de una Rampling acongojante. Un abrazo.

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