miércoles, 12 de julio de 2017

"Molly Bloom": Una sólida muestra del monólogo interior en escena"

James Joyce publicó en 1922 una de las obras capitales de la literatura del siglo XX, Ulises, que revolucionó el panorama cultural por su contenido y su forma, muy revolucionaria para lo que se publicaba hasta entonces y que autores posteriores han imitado en mayor o menor medida como Luis Martín Santos en Tiempo de silencio (1962). Volviendo a Joyce y a Ulises, esta obra clave de la literatura finaliza con un monólogo interior de Molly, la mujer del protagonista, Leopold Bloom.

Henar Frías y Ruben Tobías se han basado en este pasaje para poner en pie Molly Bloom, un sólido montaje tanto en dramaturgia como en interpretación. Con respecto a la dramaturgia, ésta tiene la virtud (teniendo en cuenta que lo que el espectador presencia y oye en escena son los pensamientos de una mujer, como si se diseccionase el cerebro y las palabras saliesen de él) de no irse por las ramas aunque los mencionados pensamientos sean en ocasiones dispares, saltando de un tema a otro, como, repito suele ocurrir en el cerebro. Pero la habilidad en este caso ha radicado en que los temas que se tratan son concretos y ese desconcierto mínimo inicial del espectador  pasa a un enganche total a lo que Molly está contando en la intimidad de su dormitorio en compañía de un hombre profundamente dormido. Precisamente la presencia de este personaje mudo durante la función hace que la naturaleza del texto provoque una pequeña duda sobre su identidad, pudiendo ser Leopold o un amante de Molly.

Molly Bloom es un retrato de mujer valiente y arriesgado pero a la vez delicado y sutil porque, volviendo a la dramaturgia, los pasajes más subidos de tono, en lo referente al vocabulario, se ha pulido lo máximo para no resultar rudo, como ocurre en el texto de Joyce. Las vivencias sentimentales y sexuales de Molly son expresadas con recursos lingüísticos variados para decir lo que se quiere expresar, sin ocultarlo, pero obviando vocablos demasiado gráficos y explícitos. Eso no impide que el espectador conozca a la Molly más íntima. El retrato femenino en general es bastante completo y la defensa de la mujer en una época en la que el sometimiento al hombre, ya fuese el padre o el marido, es una de las razones de la naturaleza revolucionaria del texto.

Con respecto a la interpretación, Henar Frías realiza un trabajo muy complejo que ella lo hace sencillo. Se muestra segura tanto en la articulación de las palabras como en los movimientos. La dirección de Tobías es sólida y ello contribuye a un resultado muy satisfactorio para el espectador porque incido en la complejidad de expresar verbalmente los pensamientos de un cerebro, donde se pasa de un asunto íntimo a un tema doméstico sin que chirríe y los distintos aspectos de la personalidad de Molly van exteriorizándose poco a poco y completando su retrato como si fuera un rompecabezas del que el espectador le van dando las piezas poco a poco: el deseo, la frustración, los traumas no superados, los recuerdos de pasionales momentos con otros hombres...Todo ello conforma un ser humano, aunque sea una obviedad decirlo, con sus contradicciones y momentos infantiles fugaces para recordar que por muy adulto que se sea, todos tenemos en nuestro interior al niño que fuimos al inicio de nuestra vida y que conservamos para siempre, por lo que sale a relucir en el momento más inesperado.

La escenografía, recreando el dormitorio de Molly y Leopold y las luces contribuyen a crear una atmósfera inquietante que mantiene al espectador con una intriga sobre lo que puede llegar a ocurrir. Este montaje es una gran oportunidad para conocer un personaje femenino fascinante precedente indirecto de Carmen Sotillos, protagonista de Cinco horas con Mario de Miguel Delibes que Josefina Molina llevó a escena durante muchos años en la piel y en la voz de Lola Herrera. Esta comparación la hago porque el personaje de Delibes era una muestra clara de cómo era la mujer de la época en que el personaje fue creado por el escritor, 1966. Pero Joyce con Molly Bloom dio un paso más allá porque diseccionó el alma femenina como un cirujano con un bisturí, algo que el montaje de Henar Frías y Rubén Tobías deja claro       

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